Las formas de dolor son muy diversas pero la que más hiere es aquella que se ocasiona a la mente y al corazón, pues finalmente se va a reflejar a través de la mirada o en el comportamiento corporal.
El día 22 de la fecha en que murió mi mamá, al verme al espejo, por primera vez pude ser consciente de que mi mirada tenía un halo profundo de tristeza que lo disimulaba casi bien con los gestos faciales que suelo tener pues me considero una persona jovial y risueña. Esos 22 días fueron muy difíciles en mi soledad ya que sentía una ausencia que increíblemente no lo aceptaba. A veces, al sentarme a trabajar en la oficina de la casa podía pasarme cerca de tres horas sin siquiera poder tocar el teclado de la computadora y solo atinaba a cerrar los ojos y pensar en mi mamá, a escuchar su voz melodiosa de llanto al llamarme: Uri!!! ¿hijito donde estás?
En días posteriores, un primo mío falleció y fue otro golpe al alma pues no llegaba a entender ¿Por qué una persona tan joven podría irse en la plenitud de su existencia? ¿Cómo es que la vida puede herirnos tan profundamente con sucesos trágicos en tan poco tiempo?
Luego dos primos míos cayeron enfermos de Covid, y los miedos fueron haciéndose muy evidentes; felizmente, los dos salieron airosos y ahora están tan vivos, fuertes y corajudos tal cual soldado francés ante soldado ruso.
A pesar de eso creo que existe esa conexiòn entre lo que pensamos y sentimos; ahora se dice que en el corazòn existen 40 neuronas que responden a los estìmulos del pensamiento, y que lo que siente uno se refleja en el otro; cada vez lo creo mas.
