Yo empecé a tomar café desde los 6 años aproximadamente.
El café o el momento del café, es un momento mágico, tan mágico que las mejores conversaciones suelen surgir al compartir una taza de café.
A la que recuerdo servir el café es mamita Clemencia. Ella se complacía en servirte el café bien cargado, endulzado con una cucharadita de azúcar a lo mucho; mas cucharaditas de azúcar le quitaba (le quita) todo el sabor natural.
En mi amada selva de Puerto Maldonado, se toma café caliente, inclusive cuando la temperatura alcanza altos grados de calor. La costumbre es tomar café por la mañana, cerca del medio día y por las tardes.
Por costumbre, mi madre suele servir café a eso de las 8 de la mañana y 4 de la tarde; y siempre, suele faltar a esta regla cuando llega visita a la casa. Pero la cosa cambia acá. En la casa de mis padres se puede servir café pasado como café en polvo. Mi madre tiene una formula mágica para hacer la preparación de la taza de café sumamente mágico.
Mientras tomamos café, solemos compartir grades anécdotas que muchas veces se repiten pero que hacemos que en cada repetición suene distinto y eso solo se logra con una taza de café.
Otro lugar en donde me deleito con una taza de café, es en la casa de mi tía Eloísa. Mi tía mantiene la costumbre de mis abuelos de almacenar la esencia del café en botellita de vidrio. Tomar una taza de café es insuficiente ya que la conversación se hace tan extensa que hacemos los méritos suficientes para tomar más de una taza. Las charlas con mis tíos Eloísa y lucho, y mis primos Erick, César, Marita y su esposo Rousseau son fenomenales; en la última reunión nos acompañó Luis Jr., el hijo de mi primo Luis, el segundo hijo de mis tíos.
Sea el lugar que sea, concluyo que una taza de café es el ideal compañero para entablar grandes conversaciones; al menos los que la disfrutamos podemos reemplazarlos gratamente por otros momentos no tan mágicos.