martes, julio 29, 2014

Persiguiendo el chancho de la vecina

Amarra bien tu honda ulizacho me pedía encarecidamente mi primo kinchi. 

Mi primo kinchi y nuestra cofradía de amigos teníamos entre los 8 años y 10 años, solíamos ir a buscar pajarillos y a hondear lagartijas; sin embargo, algunas veces se nos cruzaba uno que otra víctima. 

En una oportunidad, se nos cruzó un inmenso chancho de aproximadamente 1 metro de alto y casi 2 metros de largo. Para nosotros era inmenso pues, además de su tamaño, su color negro nos aterraba, pero nos nosotros éramos atrevidos y envalentonados. 

El cancho, llevaba un alambre en la nariz y sus colmillos sobresalían; yo, de seguro, me imaginé en medio de la selva frente a un sajino. En fin, en esta oportunidad era un chancho negro, el chancho de la vecina.

Días antes, mi primo kinchi (o kinchi papujo como yo le decía), quien era uno de los más corpulentos de nuestra cofradía y el de mayor ingenio, había fabricado, utilizando el plomo extraído de las baterías de carro, unas "estrellas ninjas" de moda aquellos años (1988 - 1990) por la película: El Ninja Americano. Algunos utilizábamos hondas para las piedras y ligas para el cartón doblado (o la cáscara de naranja)

Con estas armas, el chancho de la vecina no nos amedrentó y corrimos detrás de él. Le correteamos calapata, sin zapatos ni sandalias. Mi primo empezó a simular ser un ninja y le lanzaba las estrellas de plomo; yo y los otros utilizamos la honda para lanzar piedras, otros, la liga y cartón. 

Perseguimos al chancho cerca de 15 minutos hasta que llegamos a los arboles de anona y carambola que mi tío Juan Gonzales tenía en su canchón. A pesar del ruido nadie nos dijo nada y llegamos a cercar al chancho negro de la vecina. 

Decidimos en fracciones de segundos y cuando di dos pasos hacia adelante, sentí como se incrustaba en mi pié la tapa filuda de una lata de atún que no se llegaba a ver debido a que sólo sobresalía la mitad de la lata. Fue un corte de aproximadamente 10 centímetros de largo por 2 de profundidad. Sólo atiné a llorar por el dolor que sentía y por la sangre que emanaba de la herida. El chancho de la vecina se fue triunfante y orondo por un ruta que siempre transitaba. A mí me esperaba una rica cuera en casa.

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